Viste cuando no pegás una, o más bien las pegás todas.
Salís de trabajar después de esos días difíciles. Alguien te pidió que
le alcances a la pasada un paraguas que se olvidó en la oficina. Llegás
al lugar acordado y le querés avisar por todos los medios que te ofrece
tu celular último modelo recién comprado bajo la promesa de estar más
comunicado, y nada. Esperás media hora. Nada. Te vas pensando en regalarle el paraguas al primero que te cruces.
Llegás a la cola eterna del colectivo que no pasa. La gente dice que
están atrasados, porque no hay combustible, porque es víspera de fin de
semana largo y anunciaron que mañana aumenta la nafta. Ponele que estás
en Buenos Aires y vivís en La Plata, ponele que todavía te falta mucho
por recorrer, ponele que está igual que cuando saliste de tu casa a la
mañana: oscuro.
Una hora después te subís al medio de trasporte y
tu propia Sube te traiciona, te grita que el “saldo no es suficiente”.
Te bajás con un paraguas enorme a cuestas para abrir la billetera y
descubrir que está vacía. Caminás para algún lugar sin saber a dónde
vas. Bordeas la fila enorme que se formó atrás tuyo, pensando que los
últimos no siempre son los primeros sino que son de nuevo los últimos.
Cuando hiciste una cuadra te das cuenta que no sabés para qué caminás
pero, una buena, te acordás que tenés un bollo de plata adentro de la
cartera. Te alcanza para comprar el boleto.
Volvés sobre tus pasos
hacés la transacción y te subís al próximo colectivo. Entrando a la
autopista el tránsito es insoportable, porque claro es víspera de
feriado. Mucho tiempo después, ya no sabés cuánto, llegás a la terminal y
te espera otro colectivo, otra fila y el día que nunca se va a
terminar. Te subís al medio de transporte dos y después de unas cuadras
te das cuenta que te lo tomaste mal. Es el que va para el otro lado. Te
bajás y estás cada vez más lejos de tu casa y pensás que cuando por fin
llegues tenés que limpiar, porque mañana cae tu mamá que viene de
visita. Seguís sin un peso en la billetera. En algún momento llegás a tu
casa.
Mañana es feriado y pasado también. Menos mal.
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domingo, 25 de mayo de 2014
Autopista
Me despierto porque el colectivo no se mueve. Relojeo la ventana y cierro los ojos. Media hora después el Costera sigue con el motor prendido pero paralizado en plena autopista. La gente se empieza a mover. Escucho a un tipo hablando por teléfono:la autopista está cortada. Más de la mitad del colectivo ya está vació, mis compañeros de viaje se bajan y avanzan bordeando los autos. Yo me quedo, no se dónde estoy y no se a dónde van.
Pasan los minutos y nada. Me bajo a fumarme un cigarrillo y de paso a tratar de enterarme cuál es la situación. El chofer está hablando con un colega de la misma empresa que espera más atrás. Se me acerca y me dice sin mirarme, disimulando.
-Subite al otro que tienen una emergencia médica y los van a dejar pasar.
Dudo. El otro colectivero me cabecea cómplice por la ventana. Tiro el cigarrillo y corro. En la puerta una chica con una remera gris que dice “Ejército” nos apura.
-¡Vamos! No duden, tiren el cigarrillo y suban.
-¿Para cuánto te queda? - le pregunta la chica Ejército a la señora del asiento de adelante que respira gracias a un tubo de oxígeno.
-Una hora.
Adentro la gente se queja, “que no puede ser con estos negros de mierda”. La chica Ejército explica que hace una semana que están sin luz, por eso protestan. Vamos despacio por la banquina.
-Tenemos una emergencia médica, una señora con oxígeno- le explican a los pibes que están cortando.
-Pasen. Ambulancias y emergencias médicas pueden pasar. Pasen.
Bordeamos las columnas de fuego, esquivamos a la gente que se largó caminando, esquivamos a los pibes de palos y pañuelos. Pasamos. Unos metros más adelante frenamos para levantar a una mujer que camina por el medio de la autopista. Está llorando.
-Calmate, ya está- dice la chica Ejercito
-¿Qué te pasó? ¿qué te hicieron?- pregunta el colectivero
La mujer angustiada no puede hablar. Balbucea que no le pasó nada, que no le hicieron nada. Alguien la alcanza agua.
-No me hicieron nada. Pero me bajé del colectivo y cuando empecé a caminar escuché a la gente que decía que no nos iban a dejar pasar. Que estaban armados. Que nos íbamos a quedar toda la noche. – la chica sigue llorando- me asusté. Porque viste que cuando estás sola… pero son chicos. El más grande debe tener 16 años, son chicos.
Entramos a La Plata y el chofer se empieza a despachar.
-Esto es la democracia. Hay que meterle bala a estos negros de mierda. Pero claro, después salen los de Recursos Humanos a decir que les pegaste.
Una señora remata.
-Así estamo desde que se inventaron los Derechos Humanos.
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