Vistas de página en total

miércoles, 6 de marzo de 2013

La respuesta

Ser hija única está bastante sobrevalorado. En la práctica no es todo atención, caprichos y amor incondicional.  Es más bien, exceso de atención y soledad. Es bastante duro no tener a nadie a quien echarle la culpa de tus metidas de pata, ni poder hacerle la vida imposible a ese alguien para mitigar el aburrimiento, ni compartir juntos la injusticia de tener padres que te dicen todo el tiempo qué hacer. No tengo idea de como me sentiría  con ese hipotético hermano (siempre lo imagine en masculino y más grande), pero pienso que hay algo de incondicionalidad en los vínculos fraternales. Están a pesar de todo. Por eso, que los regalos fueran sólo para mí no es un beneficio tan emocionante, comparado con la certeza de que, por ejemplo, ninguna vocecita infantil me va a decir en ese tono tan de chillido que tienen los niños: hola tía. 
Ser hija única siempre será una tarea bastante solitaria. Por suerte crecí y me di cuenta que el mundo excede las fronteras de la familia; ese descubrimiento trajo, casi al mismo tiempo, otro: el mundo no significaría nada sin mi familia.
La cosa es que, desde que tengo conciencia tuve esa sensación de soledad. No sé si tiene que ver con ser hija única, tal vez estoy sobrevalorando eso de tener hermanos. En fin, a pesar de haber estado siempre rodeada de personas, me sobrevenía esa sensación de incomprensión constante, de vacío existencial. Así fue como empezó mi relación con la escritura. La adolescencia te vuelve loco, te hace subir y bajar como si estuvieras drogado todo el tiempo, eso sumado mi sensación de eterna Eva en un planeta sin Adanes, me llevaron a inventarme un interlocutor que escuchara todo, no juzgara y me diera la razón siempre. Una especie de amigo invisible (que nunca fui capaz de tener por mi falta de imaginación) en el que podía confiar lo suficiente como para sacarme la basura de adentro sabiendo que no iba a salir corriendo por el olor. Empezó con el típico diario íntimo. Empezó con planteos del tipo “mi mamá se enojó conmigo así que la odio.”  Después no cambió mucho, pero se convirtió en algo más que una necesidad. O al menos quiero que sea algo más que eso, porque realmente me gustaría que hubiera un propósito un poco menos tonto. La gracia de haber escrito todo este tiempo fue que era algo mío, era un espacio en el que podía expresar mi patetismo descarnado. Algo que ciertamente no se le muestra a la gente con la que pretendés tener una relación de respeto mutuo.
Este último tiempo estuve creyendo, de a ratos, que tal vez algún día llegue a ser una escritora respetable. Seria. Nada de cursilerías adolescentes, de patetismos, o amores platónicos. Pero de alguna forma, antes necesito compartir esta especie de diario íntimo con el mundo.  Es una forma rebuscada de dejar de estar sola con mi soledad. Es una vuelta de tuerca, en la que comparto mis peores miserias, mis sentimientos más íntimos, mi verdad y mis miedos al mundo. Un mundo que posiblemente nunca se entere. La cosa es que   esto dejó de ser una novedad hace mucho tiempo: gente escribiendo sus intimidades en la web. Trillado. Además, seguro el mundo tiene otras cosas por las que preocuparse. Así que convengamos que lo hago por mí, imaginando que tengo algo que contar, y que las palabras me van a hacer sentir menos sola, menos perdida. Este blog es un intento por superar el pánico a la hoja en blanco que es mi futuro. Un ejercicio, un ensayo, un forma de encontrar las respuestas a tantas preguntas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario