Vistas de página en total

miércoles, 6 de marzo de 2013

Cazadora cazada


El primer recuerdo que tengo de mi abuelo es su mano, repiqueteando sobre la pared. Sus dedos gruesos, su piel arrugada, las pecas. El resto de su cuerpo  invisible, escondido. Yo tendría 4 años y pasaba, desde los nueve meses, la mayor parte del día en su casa.
Después de almorzar empezaba el ritual: mi abuela lavaba los platos y el agarraba la bolsa de basura y atravesaba el patio hasta el fondo. Era más bien un pasillo que rodeaba la casa en forma de ele, una mitad cubierta de plantas y en la otra un caminito de cemento. Yo esperaba un minuto exacto y salía corriendo detrás de mi abuelo. Cuando llegaba al recodo en el que se unían la pared del costado con la de atrás me frenaba en seco y esperaba. De pronto aparecía la mano y empezaba el juego. Los dedos gruesos se movían de arriba abajo y yo intentaba sin suerte agarrarlos. Entonces la mano desaparecía y volvía a aparecer, pero esta vez estaba tan alta que no llegaba a atraparla. El juego terminaba siempre igual: la mano siete décadas más grande atrapaba a la otra: cazadora cazada. La cara de mi abuelo se asomaba, los ojos muy abiertos y una sonrisa burlona de triunfo. El juego volvía a empezar al día siguiente.
No me acuerdo cuándo empezamos con el ritual, ni cuánto tiempo duró. Pero sé exactamente cómo terminó. No sé si ese día no esperé lo suficiente, o si él se demoró más de la cuenta. Pero cuando llegué al recodo de la pared la mano no apareció. La curiosidad pudo más y violé la única ley de ese juego; esa regla que establecía el papel que cada uno cumplía: seguí avanzando. Caminé detrás de la casa hasta llegar al galpón, donde mi abuelo fabricó mi cuna gracias a su vocación de carpintero, no estaba. Seguí avanzando. Rodeé el galpón hasta un pequeño patio de baldosones y violetas. Ahí lo encontré mirando el piso. En la mano, esa que tendría que haber esquivado la mía, sostenía un cigarrillo. Cuando me vio salí corriendo, agitada, conmocionada.

- ¡El abuelo esta fumandoooo!

Dije apenas crucé la cocina y vi a mi abuela. Enseguida lo escuché, seguía en el patio, resignado me gritó:

-Alcahueta.

Al año siguiente los pulmones de mi abuelo no aguantaron más. En esa casa otra vez a escondidas, se fumó su último cigarrillo. Desde ese día siempre quise decirle que me hubiera gustado haber esperado más detrás de la pared, que me hubiera gustado ser siempre la cazadora


1 comentario: